Si el la anterior entrada comentábamos la ilusión de aprender en esta ocasión voy a hablar sobre la enseñanza, obviamente la enseñanza del karate. Antes de nada conviene aclarar que nosotros no nos consideramos maestros de karate, nada mas lejos de la realidad. Estamos muy, pero que muy lejos de algo de semejantes dimensiones, aún nos queda mucho por aprender y mucho camino por recorrer. Podríamos decir que somos «profesores» de karate y así nos identificamos.
Todos los que estamos en la tesitura de intentar enseñar el karate somos conscientes y alguna vez hemos sufrido en nuestras propias carnes la frustración de intentar transmitir una ilusión por este bello y noble arte y no ser capaces. Cada vez es mas complicado conseguir que los jóvenes y algunos adultos adquieran compromiso y vean el sacrificio que se hace para ellos a nivel de horas y esfuerzo con el único objetivo de mejorar su enseñanza, es complicado transmitirles lo que la mayoría de nosotros sentimos a través del Karate-Do.
Ahora bien, siendo objetivos, lograr esa implicación es una de nuestras tareas como profesores, nosotros debemos ser el motor de empuje aunque para lograrlo hace falta obtener cierto feedback de los alumnos, y cuando se consigue, aunque sea de forma fugaz, merece la pena. Esa es la satisfacción a la que me refería en el título, conseguir que la clase sea integra de principio a fin, se mantenga la actitud de todos los integrantes, se muestre interés por lo que se está desarrollando prestando atención con los cinco sentidos, se muestre puntualidad, respeto etc. Este efecto, que se da en ocasiones, permite que en el Dojo todos estemos alineados y nos movamos en la misma dirección mejorando día a día, por que siendo sinceros en una clase de karate, como en la vida, aprenden los dos, el maestro y el aprendiz.